martes, 20 de febrero de 2018

"El atentado de La Rambla debería llevarnos a redefinir el concepto de nosotros"

Cataluña,16/02/2018,eldiario.es,Pau Rodríguez 


Jordi Moreras ROBERT BONET

A los seis meses de los atentados de Barcelona y Cambrils, este experto en comunidades musulmanas lamenta que se siga sin hablar del papel del islam en España

"Se da por sentado que la ciudadanía ha de demostrar una voluntad integradora de las personas que llegan a Catalunya"

Moreras es uno de los autores de Atentados de Barcelona: reacciones, explicaciones y debates pendientes, que hace balance de lo ocurrido

Han pasado seis meses desde que una célula yihadista formada por jóvenes de Ripoll provocó 16 muertos en dos ataques en Barcelona y Cambrils. ¿Por qué abrazaron el terrorismo esos chicos aparentemente integrados en su pueblo? ¿Es posible que fueran radicalizados con tan poco tiempo por el imán? Estos son algunos de los interrogantes que se abrieron tras la tragedia, pero en los que, según Jordi Moreras, antropólogo de la Universitat Rovira i Virgili (URV), todavía no se ha ahondado. 

Este experto en comunidades islámicas en Catalunya es uno de los autores de  Atentados de Barcelona: reacciones, explicaciones y debates pendientes, una publicación del Barcelona Centre for International Affairs (Cidob) que alerta sobre el carácter "fugaz" de los debates suscitados tras el 17 de agosto. 

En la publicación, critican de entrada que se haya pasado página demasiado rápido sin abrir ningún debate sobre modelos de convivencia e integración.

Se ha evitado plantear interrogantes incómodos, más allá de los que tienen que ver con la seguridad, la prevención y la colaboración entre cuerpos de policía. De entrada, la situación política ha provocado que se cerrase el duelo de una forma excesivamente atropellada. Pero hay otros temas que era preceptivo abordar y que siguen estando pendientes, por ejemplo atreverse a plantear cómo se imagina el islam en Catalunya dentro de 20 años, algo que incumbe a la Administración y a las comunidades musulmanas. Tras los ataques se dijo rápidamente que había que seguir trabajando para la convivencia, que no había que cambiar la hoja de ruta, pero igual habría que adecuarla, o ver si le faltan elementos para valorar su fortaleza. No se puede afirmar el fracaso del modelo de integración en Catalunya, pero sí plantear qué es necesario hacer para evitar las situaciones que llevaron a unos jóvenes a revolverse contra la sociedad en la que habían crecido.

¿Cuáles son los debates que se deberían haber generado? 

Generalmente, tras unos atentados se pregunta qué es lo que ha sucedido, para a continuación plantear qué es lo que hay que hacer para que no se repitan, y así nos quedamos atrapados en el binomio seguridad y política. No obstante, se acumulan otros temas, que si bien no evitarían futuros atentados, sí que favorecerían el reconocimiento público de los musulmanes en España, también como víctimas de estas acciones. Aún está por resolver el papel de los imanes, de las mezquitas, la comida ‘halal’ en los colegios, la educación… Y esto no se ha resuelto debido a la situación política actual en Catalunya, pero también porque nunca han estado bien situados en la agenda política. Nos siguen faltando mecanismos para evaluar el estado de la convivencia, hasta el punto de que nadie es capaz de afirmar en la actualidad de que ésta marche bien o regular. Afirmar que no hay conflictos notorios no es un buen indicador de convivencia, sino posiblemente de elusión e indiferencia.

En el libro, usted cuestiona el relato que se conformó los días posteriores al atentado, según el cual los jóvenes terroristas estaban integrados en su entorno y fueron radicalizados por un agente externo, el imán. 

El 17-A debería llevar a instituciones, tejido social y comunidades musulmanas a redefinir el concepto de  nosotros, al que pensábamos que pertenecían estos jóvenes. Para empezar, más allá de la emoción de los primeros momentos, hay que reconocer que estos jóvenes nunca fueron de los nuestros. Nunca hemos llegado a sentir sus familias como parte de nuestra sociedad.

Todavía quedan muchas dudas respecto al contexto en que se produjo esta supuesta radicalización exprés. Habrá que valorar el papel del imán y su capacidad de influencia sobre unos jóvenes que no solían frecuentar ninguna de las dos mezquitas de Ripoll, en el contexto de una comunidad marroquí relativamente modesta en relación a otras poblaciones catalanas, y sin que existiera trazo alguno de la presencia de la doctrina salafista, con la que las fuerzas de seguridad han elaborado una geografía de la radicalización en Catalunya. Ante un caso como éste, siempre se tiende a considerarlo como algo externo a la comunidad, extremo y excepcional. Y esos tres supuestos abren nuevos interrogantes que ponen en evidencia nuestro profundo desconocimiento de los procesos de radicalización.

¿Fue el atentado un suceso excepcional? ¿Podría volver a ocurrir?

Sin ánimo de ser agorero, creo que nadie puede afirmar que algo así nunca pueda volver a ocurrir. Comencemos reconociendo que muchas de las circunstancias bajo las que vivían estos jóvenes son compartidas en este momento por otros que residen en el resto de Catalunya. Que éstas sean convertidas en argumentos para rebelarse contra esta sociedad, dependerá del efecto de otros factores de activación o de desarticulación de sus sentimientos de frustración e incomprensión. Es mucho más importante saber gestionar las emociones que no establecer antenas y radares para desplegar la sospecha, en el momento en que estos jóvenes demuestran su desilusión respecto a la sociedad en la que viven.

Hablaba antes de redefinir conceptos como el  nosotros. ¿Confundimos a menudo la convivencia con la participación de los migrantes en espacios como los estudios o el mundo laboral? 

Este es el debate fundamental. Hasta ahora en Catalunya hemos trabajado en un modelo de integración que pasaba por el aprendizaje de la lengua, la toma de conciencia de país, el ofrecer un marco de oportunidades a los jóvenes cuyos padres emigraron aquí hace décadas. Hay quien querría plantear que los atentados de Barcelona y Cambrils son la prueba de que este modelo ha fracasado, y que ya se ha hecho demasiado en favor de los inmigrantes. Lo que estas opiniones no entienden es que esto no se ha hecho por nadie en concreto, sino en beneficio de toda la sociedad, invirtiendo mucho capital social y político para conseguir mantener la cohesión. Pero para que esto siga vigente, es necesario que refinemos el sistema, tanto respecto a las políticas como a los compromisos sociales que los mantienen. Pero fundamentalmente, es necesario que de una vez por todas, nos decidamos a preguntarnos quiénes somos  nosotros, y no sigamos requiriendo permanentemente a una persona si es de aquí o de allá. Hay dudas que ofenden, y debemos trabajar para diluirlas de nuestras conciencias sociales.


Jordi Moreras ROBERT BONET

Usted que es crítico con que no se haya abierto un debate social e institucional sobre el modelo de convivencia actual, ¿por dónde empezaría? 

Lo más importante es establecer una prueba de solidez de las políticas que se han llevado a cabo, a fin de validar lo que ha servido para activar la convivencia. Hay un déficit de evaluación de estas políticas. En el ámbito local es donde se detectan muchos de los retos pendientes, desde el discreto porcentaje de hijos de familias inmigrantes que acaban los estudios obligatorios, hasta lo mucho que cuesta animar a la participación social en algunos barrios. Hemos confiado en exceso en la capacidad integradora de la sociedad, y es hora de revisar la validez de este supuesto. 

¿A qué se refiere?

En ocasiones, las políticas de integración se han diseñado sobre el papel que han de jugar las entidades sociales, apelando al mito de que tenemos una sociedad civil potente. Parecen ignorarse las dificultades que atraviesa la práctica asociativa en este país. Se da por sentado que la ciudadanía también ha de demostrar una voluntad integradora de las personas que llegan a Catalunya. Pero la integración no es cuestión de buena voluntad, sino de estructuras, de recursos y de políticas, porque solo con ánimos y solidaridad no se puede hacer frente a realidades complejas.

Por otro lado, en el caso de las comunidades musulmanas, faltan estructuras que permitan definir y avanzar en su encaje y en como visualizan la manera en que se piensa el islam en Catalunya de aquí a 25 años. Ciertamente, esto les compete a ellas, pero la Administración debe estar atenta a ello, siendo consciente de que el mantenimiento de la precariedad organizativa de las mismas, fragiliza su posición en la sociedad. Tras medio siglo de presencia del islam en Catalunya, aún hay que resolver aspectos básicos de la organización de este culto religioso.

El debate sobre cómo se forman, ordenan y censan los imanes, y si debe haber o no control sobre ello, suele ser recurrente. ¿Por qué?

El interés por la situación del islam en Catalunya es proporcional al tipo de polémicas que se relacionan con los musulmanes. Tras algunos atentados en Europa, y ahora con respecto a lo sucedido en Barcelona y Cambrils, vuelven a aparecer cuestiones que siguen estando pendientes de resolver, como es el caso de la regulación de la función de imán. Hace más de una década que esta cuestión está sobre la mesa, y parece que ni el gobierno catalán (y español, ciertamente), ni los representantes musulmanes se ponen de acuerdo para establecer un estatuto del ejercicio del liderazgo religioso en el islam. Son temas que aparecen y desaparecen de la agenda, como también lo son la educación islámica en las escuelas o la comida halal en centros públicos, sin visos de que vayan a ser resueltos de forma inmediata.

Una de las iniciativas más visibles para prevenir la radicalización, aunque anterior a los atentados, ha sido el protocolo de detección en los institutos,  Proderai, muy criticado por algunos colectivos por estigmatizar a los jóvenes musulmanes. ¿Qué le parece el protocolo?

El Proderai no es la respuesta que necesitamos, ni ahora ni antes. Desplegar la sospecha dentro de las escuelas tiene dos efectos muy negativos: por un lado, instalar el prejuicio entre compañeros con el evidente efecto sobre la convivencia mutua, y por otro, cambiar la mirada de los educadores respecto a estos alumnos y respecto a su propia tarea pedagógica. No puede ser que lo que antes era interpretado en términos de identidad, ahora sea visto como un indicio de radicalización. No puede ser que convirtamos a la escuela en un ámbito de sospecha generalizada, poniendo en serio riesgo su función acogedora e inclusiva, tal como denuncia el propio Síndic de Greuges de Catalunya en un informe del pasado mes de noviembre.

Un último debate que parecía que iba a desarrollarse es el que tiene que ver con la islamofobia. Se mostraron muchos carteles contra la islamofobia en las manifestaciones posteriores a los atentados, pero ¿se ha definido qué significa el término? ¿O si ha tenido un impacto real en la sociedad?

Aquí hay que decir que el Ayuntamiento de Barcelona ha planteado un interesante programa específico para combatir la islamofobia. No hay que negar el impacto de los actos xenófobos y islamófobos ocurridos en España tras los atentados, pero lo más preocupante es que haya calado entre la gente la idea de que los musulmanes son una amenaza, que no son de fiar, que hay que sospechar automáticamente de ellos. Cuando se instala la sospecha en las conciencias, es muy difícil desalojarlas de ahí, por lo que habrá que activar nuevas iniciativas para diluir progresivamente estos recelos.

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