viernes, 1 de agosto de 2008

Las mujeres libanesas y de otros países árabes no pueden transmitir la nacionalidad a su familia

Madrid, 2008-08-01,El Periódico de Cataluña, CARINE MANSOURCARINE MANSOUR.-

François batalla cada año para renovar su permiso de residencia en el país de su esposa y aunque no se hace ilusiones, espera que algún día no sea necesario, pero de momento no puede hacer otra cosa que tirarse de los pelos que ya no tiene. A Jodr Rjeily le sugirieron presentarse como empleado del hogar de su mujer para poder quedarse. Como estos, hay miles de casos más.

En varios países árabes, como el Líbano, Jordania, Siria y Bahrein, la mujer casada con un extranjero no le da a su marido acceso a la nacionalidad. En cambio, el hombre casado con una extranjera sí se lo da, y los niños reciben solo la nacionalidad del padre. Al menos 1.000 libanesas están casadas con extranjeros, según datos del 2003; el 61% de ellas con árabes y el 25% con europeos. Sus maridos y sus hijos son considerados extranjeros y deben llevar a cabo cada año un trámite complicado y agotador.

Situaciones imposibles

Jodr Rjeily, de 37 años, de madre libanesa y padre argelino, nació en Beirut, creció allí y se casó con una libanesa.”¡No puedo irme! Aquí tengo a toda mi familia. Nunca he puesto los pies en Argelia”, afirma. Cuando a Rjeily se le dijo que para renovar el permiso de residencia debía registrarse como “criado de su mujer”, no vio otra solución, así que lo hizo. “Ojalá no hubiera nacido y crecido en este país – – lamenta – – . Que uno lleve aquí un año o cien, ¡da lo mismo!”.
Esposos e hijos aguantan además injusticias diarias. En el 2004, Rezan Al – Salá, de madre libanesa y padre palestino, nacida y crecida en Beirut, sacó las mejores notas del país en el Bachillerato y se ganó una beca de 13.300 euros. Pero se la negaron “por racismo puro”, cuenta. “El presidente, que nos invitó a su palacio, no pudo mirar a los ojos a mi madre cuando ella le pidió explicaciones”, relata esta joven.

La tarjeta de residencia es cara (de 220 a 800 euros al año), y el permiso de trabajo, muy limitado. François de Saint Martin, un anticuario francés de 52 años casado con una libanesa desde hace 18, tuvo que disolver su empresa porque a un extranjero se le niega el acceso a un puesto que pueda ocupar un nativo. Así, se registró como “experto en muebles”.

François y su esposa, Júmana, eligieron volver al país de ella en 1995 por la calidad de vida. Dicen que cuando uno ve cada día el sol y el mar es más feliz. Aunque ello suponga colas largas y papeleos interminables. “A veces me río de mi situación – – dice François – – . Es como si estuviéramos en la edad media”. Júmana también está indignada: “No acepto que el hombre tenga más derechos que la mujer”.

“Es una ley discriminatoria”, resalta Rúla Masri, coordinadora de la campaña Mi nacionalidad es un derecho para mí y mi familia. Bajo ese lema, decenas de personas se manifestaron en Beirut hace 10 días. La lucha por invertir esta situación empezó en el 2002 simultáneamente en siete países árabes.

En abril del 2006, una oenegé libanesa sometió a una comisión parlamentaria un proyecto de ley. Pero estalló la guerra con Israel, y luego, con la crisis política, los temas sociales se postergaron. La propuesta se quedó en un cajón.

No obstante, la transmisión de la nacionalidad exclusivamente a través del padre “no era una especificidad libanesa, árabe u otomana del siglo XIX”, explica Thibaut Jaulin, investigador del Instituto de Ciencias Políticas de París. La ley libanesa se elaboró en 1925, bajo mandato francés, y “es una herencia de la ley otomana de 1867, inspirada en el código Napoleón el código civil francés de 1803”, destaca. Pero “mientras en Occidente la legislación evolucionó a lo largo del siglo XX hacia la igualdad, en muchos países árabes no”.

Pretextos

Sin embargo, tres países árabes sí han reformado su ley recientemente: Argelia (2005), Egipto (2004) y Marruecos (2007). El Líbano todavía no. No porque la campaña sea más eficaz en un país que en otro, sino por falta de voluntad política. Los argumentos contra el cambio son que “facilitaría la implantación de los 400.000 refugiados palestinos” y “dañaría el frágil equilibrio comunitario”.

Estos argumentos son “pretextos”, afirma Jaulin, “porque otros países árabes con una legislación parecida tampoco la reforman aunque no tengan refugiados palestinos ni teman desequilibrios confesionales como el Líbano”.

Mientras tanto, François, Jodr, Razan y los demás aguantan su situación por puro amor a ese país, porque allí tienen a los suyos. A cambio, según la ley, no son más que extranjeros de por vida.

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